Artículo de D.Mariano Trenco, párroco de San Martín ob. y San Antonio ab. de Valencia. Publicado en el semanario Paraula con motivo del V Aniversario de la presencia de la Adoración Eucarística Perpetua en la parroquia.
Estar con Jesucristo es esencial para los que estamos por Jesucristo. Es más, la experiencia nos enseña que no se puede conocer y optar por Él, sin detenerse a tratar con Él.
Una de las oportunidades más sublimes que tenemos a nuestro alcance reside en esta posibilidad real de encuentro personal y comunitario con el Señor a través de la economía sacramental de la Iglesia.
De entre todos estos signos de gracia, regados por la efusión del Espíritu Santo, destaca sobremanera el maravilloso intercambio que acontece sobre el altar. En efecto, en la participación eucarística tenemos ocasión de entrar en comunión con el Dios vivo que viene a dar vida a los hombres a través del sacrificio redentor de Cristo: Él mismo nos asume y se nos da.
Este torrente de misericordia que arrasa nuestra miseria se nos regala como anticipo de lo que nos aguarda junto al mismo Resucitado en gloria. La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones. Por eso no se aparta de nosotros la convicción que considera la liturgia terrena como eco y primicia de la liturgia celeste y no nos cansamos de decir que la liturgia no es tanto “nuestra” cuanto de Dios y para Dios. En ella estamos con Dios los que por la fe somos suyos, en esperanza de serlo un día totalmente en la plenitud de su amor.
Este experiencial es el que brinda la adoración eucarística con el matiz de perpetuidad: poder estar siempre con el Señor, con la familiaridad y cercanía del amigo y con el asombro reverente de tratar con el Dios soberano de todo.
Hace cinco años que este templo fue providencialmente designado para acoger esta obra espiritual, entroncando así con la tradición eucarística multisecular de la parroquia. Un gozo inmenso para nuestra diócesis, una empresa grandiosa para nuestra pequeña comunidad, un servicio precioso que está haciendo un bien, tan callado como inconmensurable, que ha de ir cincelando nuestra conversión misionera para la nueva evangelización; porque en definitiva, la misión consiste en atraer a otros a la comunión. Venid y lo veréis. Esto y no otra cosa es lo que tenemos que transmitir.
Nuestros obispos nos urgen en este nuevo curso pastoral a predicar de nuevo el kerigma, a salir y testimoniar el primer anuncio de la salvación a los más alejados, a los que han perdido la fe, a los que no conocen a Dios porque no saben de su amor. Para ello, provocar el tú a tú con Cristo es insoslayable.
Venid a estar con el Señor, disfrutad de la compañía del Dios vivo, hablad con Él como lo hicieron otros en el banquete de Caná, en la casa de Pedro en Cafarnaúm, en las orillas del mar de Galilea, en la sala alta de Jerusalén, en Betania, en el camino de Emaús…
Aquí está Cristo a la mesa con los publicanos y pecadores…Déjate contemplar por su mirada y traspasar por su palabra, déjate encontrar como Mateo o hazte el encontradizo como Zaqueo…Aquí lo tienes todo preparado para actualizar aquellas “sobremesas salvíficas”. Salgamos a los caminos para que la sala se llene de invitados que doblando la rodilla sepan reconocer que están en la presencia de Dios. En este gesto encontrarán ya su dignidad más sublime: la de criatura, la de hijo, la de comensal… y aprenderán en consecuencia a venerar también la de los otros. Un capital social envidiable que muchos más reclamarían si lo conocieran. Aquí está la fórmula: a más Dios, más hombre.
¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!