Somos Paco y Marivi, tenemos cuatro hijos (dos niñas y dos niños), en poco tiempo nacerá nuestro quinto hijo, y unos meses después nos iremos como familia en missio ad gentes a Riga (Letonia) junto con otras tres familias, un sacerdote, un seminarista y dos mujeres célibes para formar una pequeña comunidad parroquial en un barrio de 70.000 habitantes donde no existe ninguna iglesia.
Y la pregunta es, ¿y cómo hemos llegado hasta aquí? Pues la verdad es que ha sido algo no planificado. Después de siete años casados, y tras haber visto que el Señor nos ha cuidado mucho tanto antes como después de casarnos, decidimos ofrecernos a la Iglesia convencidos de que el Señor nos seguirá cuidando, igual que un padre cuida de sus hijos.
Tanto Marivi como yo hemos estado siempre en la Iglesia, ella aquí, en Pozoblanco, y yo en Villanueva. Nuestros padres nos bautizaron cuando nacimos y nos enseñaron a vivir de forma cristiana. Los dos somos parte de familias numerosas: Marivi es la cuarta de nueve hermanos y yo, el mayor de diez. Cuando teníamos 14 años, nuestros padres nos invitaron a hacer unas catequesis, las del Camino Neocatecumenal, y esa fue la primera vez que nos vimos. En esas catequesis escuchamos que Dios nos quiere tal y como somos y que siempre nos muestra su amor en las cosas que nos suceden cada día.
Tras aquellas catequesis, los dos decidimos entrar en una comunidad, Marivi en su parroquia (San Sebastián de Pozoblanco) y yo en la mía (Cristo Rey, de Villanueva de Córdoba). Después de dos años, como en Villanueva éramos muy poquitos, nos vinimos a la comunidad de Pozoblanco. De esos años recuerdo con especial cariño las peregrinaciones que hicimos con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud: París en 1997, Israel y Roma en el 2000, Toronto en 2002 y Colonia en 2005. A raíz de la peregrinación de Roma, Marivi y yo empezamos a salir, aunque no sería tarea fácil, porque yo me fui a estudiar a Madrid poco después y Marivi estudió en Córdoba.
Durante el curso, nos veíamos poco y el teléfono era nuestro gran aliado. Los veranos eran nuestra mejor época, pero la distancia lo hacía todo duro. Además, en Madrid, yo me aparté un poco de la Iglesia: comencé a salir mucho, a beber, mucha fiesta… cosas que pasan. Sin embargo, el Señor me cuidó mucho esos cinco años porque no caí en la droga a pesar de haber tenido oportunidades de hacerlo. Todas estas cosas y la sensación de que seguíamos el uno con el otro solo por tener el cariño de alguien, hizo que en 2004 cortáramos un tiempo. Ese periodo supuso un vuelco para nuestra relación, porque los dos nos plantemos si realmente nos queríamos, qué esperábamos de esa relación, etc.
Yo terminé mis estudios en 2005 y me fui a trabajar a Valencia; Marivi aún estaba estudiando en Córdoba. Fue entonces cuando decidimos que, cuando ella terminase sus estudios, nos casaríamos, y pusimos fecha para diciembre de 2006. Durante los meses de espera vimos milagros, grandes. Siempre digo que en las grandes decisiones de la vida, si uno quiere vivir de forma cristiana, es donde hay que plantearse cuál es la voluntad de Dios. Y, para mí, esa voluntad se manifiesta en la historia: si los caminos se allanan tras tomar la decisión, todo va bien, pero si comienzan a surgir problemas graves… entonces es que quizá eso no convenía. Pues esos meses fueron muy claros para mí. Yo ganaba mil euros al mes y Marivi terminó sus estudios en junio. Ella consiguió otra beca de investigación de mil euros al mes, encontramos un piso en Valencia que se amoldaba a lo que buscábamos, pudimos amueblarlo con lo que la gente nos adelantó como regalo de la boda, pagamos el convite con los regalos, el viaje de novios e incluso nos sobró dinero… pequeños milagros… milagros de andar por casa, que dice un amigo.
Y nos fuimos a vivir a Valencia, lejos de nuestras enormes familias, que vivían en Villanueva y Pozoblanco. Allí tuvimos momentos difíciles, en los que la soledad y la distancia de los nuestros hacían mella, pero nos encontramos con una «segunda familia», una comunidad y una parroquia, la de San Martín, de Valencia, que nos acogieron como si fuésemos hijos de amigos suyos. Otro milagro. Y pronto ocurrió otro: Marivi estaba embarazada y Miriam nació nueve meses después de casarnos. Y con la llegada de un hijo, la vida cambia, porque aprendes que tu vida ya no te pertenece, sobre todo si tu hija se tira 15 días llorando y durmiendo sólo 8 horas al día y ninguna coincide de noche. Ahí es cuando aprendes que la vida no te pertenece, porque no puedes hacer nada por solucionar lo que te hace sufrir, y aprendes que no estás tan lejos de esos que maltratan a los bebés, porque la falta de sueño y desesperación saca lo peor de uno, y aprendes paciencia, mucha más de la que pensabas que existía, y aprendes a valorar cosas que nunca antes valorabas.
Un mes después, todo era normal, y menos mal. Pero pronto Marivi tuvo que volver a trabajar y Miriam tuvo que ir a la guardería. Desprenderse de un bebé de escasos cuatro meses es duro, sobre todo fue duro para Marivi, pero Miriam maduró muy rápido, y eso nos ayudó, porque 14 meses después nació Noemí. Era mucho más pequeña que Miriam, apenas lloraba, pero comía mucho menos y a ese problema no nos habíamos enfrentado antes.
Con dos bebés y lejos de la familia… la cosa era complicada, sobre todo cuando tres meses después del nacimiento de Noemí, Marivi tuvo que pasar una semana en el hospital por una neumonía. Pero esa «segunda familia» salió en nuestra ayuda. Aún recuerdo la conversación de Marivi en el hospital con la compañera de habitación después de que tres personas distintas pasaran las noches con ella en el hospital y ninguna fuera familiar directo (yo me quedaba en casa por las noches, porque Miriam tenía otitis y le estaban saliendo los dientes y apenas dormía).
Todo se arregló y cinco meses después vino otro embarazo. Pero este fue distinto. A los dos meses de embarazo, el bebé no había crecido, su corazón no latía… había muerto. Era otra experiencia nueva. La vida no nos pertenece, me repetía mentalmente. Lo llevamos con paz, mucha paz, esa paz que da el saber que tienes un padre que te cuida en los momentos buenos y en los no tan buenos.
Y llegó febrero de 2011, el mes que nos grabó a fuego que la vida no nos pertenece. Un sábado cualquiera, Miriam se levantó con la boca llena de pupas por dentro. Parecía varicela. La vestí para llevarla al médico, pero cuando le quité los pantalones vi que sus piernas estaban llenas de cardenales, grandes cardenales. El corazón me dio un vuelco porque hacía unas semanas un compañero de trabajo de Marivi había sido ingresado por leucemia y los cardenales en las piernas fueron la señal. Marivi estaba embarazada, ya fuera de cuentas, y Paquito quería nacer… Me fui corriendo con Miriam al hospital. Una analítica. Las plaquetas muy por debajo de los mínimos… leucemia descartada, pero había un gran riesgo de hemorragia interna… Y Marivi fuera de cuentas… No pude decirle la verdad, le dije que tenía bajas las plaquetas, pero no el nivel real. A mis padres sí, y vinieron rápido desde 500 km. También se lo dije a su padrino, que también recorrió 500 km para venir a ayudarnos. Y toda nuestra «segunda familia» se volcó con nosotros. Tras tres días en el hospital, los niveles de plaquetas no subían lo suficiente… «Señor Jesús, hijo de David, ten piedad de mí, que soy un pecador» era lo único que repetía mentalmente las interminables horas en el hospital… Y tuvo piedad. Tras siete días, Miriam se recuperó y nos fuimos a casa. Eso sí, había que vigilar que no le saliesen cardenales o que no sangrase por la nariz; si lo hacía, había que volver rápido al hospital, y así ocurrió varias veces en los meses siguientes. Y tres días después nació Paquito.
A esas alturas yo ya casi pensaba que vivía en el hospital, pero todo había sido perfecto, porque había podido estar con Miriam y ahora con Marivi y Paquito. Marivi lo había pasado mal en el embarazo con varices, pero los médicos no parecían darle demasiada importancia. Y 15 meses después, nació Samuel, nuestro cuarto hijo. Un parto largo, pero estuvimos totalmente atendidos por un ángel en forma de matrona. Un verdadero milagrazo. Nunca hemos podido agradecérselo…
Por aquellos entonces, ya tenía totalmente asumido que la vida no nos pertenece. Ahora los médicos sí se habían fijado en las varices de Marivi y eso era prioritario. Fue un periodo largo, de casi un año, hasta que nos dijeron que tenían que operarla. Esa noticia la recibimos en junio de 2013.
Y tras el verano, en una convivencia, Marivi y yo hablamos. El Señor nos había cuidado muchísimo en Valencia, lejos de nuestras familias, y nos había dado otra «segunda familia» que nos apoyaba y nos cuidaba, que rezaba por nosotros… Teníamos muy claro que nuestro sitio estaba en Valencia, pero… ¿y por qué no en otra parte? «Si nos ha cuidado así aquí, lejos de los nuestros, lo hará en cualquier sitio, y si sólo salen trabas, pues no nos vamos a ningún lado, pero que no sea por nosotros», me dijo Marivi. Y así fue, nos presentamos voluntarios para ayudar a la Iglesia en cualquier parte del mundo.
«Señor, tú verás lo que haces. Tengo claro que la vida no nos pertenece, que la llevas tú, así que tú verás. Si quieres que vayamos de misión fuera, allana los caminos; si no, pon trabas, muchas trabas», era lo que yo decía al Señor la mañana siguiente de presentarnos voluntarios. Y el Señor se lo tomó en serio. La Iglesia, a través de uno de sus ministros, nos invitó diez días después a ir a una convivencia internacional y en esa convivencia nos preguntaron si estábamos dispuestos a ir a Riga. Y dijimos que sí. Y así es como el Señor hace las cosas con nosotros, rápido. Un mes después de presentarnos voluntarios, ya teníamos destino. Pero aún tenían que operar a Marivi… Y unos quince días después la llamaron para darle fecha de la operación. Yo sentía como si el Señor hubiese puesto en marcha una apisonadora y nos hubiese dicho que lo siguiésemos… estaba derribando todos los muros.
Tras la operación de Marivi, fuimos a Roma toda la familia para una audiencia con el Papa. Un fin de semana de locos, durmiendo 4-5 horas, acogidos por una familia maravillosa de Roma, una vuelta en avión con 4-5 horas de retraso y con los cuatro niños… De locos, pero contentos. El Papa nos había dado su bendición para ir a la misión.
Tenían que volver a operar a Marivi de varices en la pierna y ya teníamos cita, pero esta vez habría que esperar; Marivi estaba embarazada de nuevo. En agosto tendríamos que habernos ido a Riga, pero estamos esperando a que nazca Javier y a que operen a Marivi y partiremos a la misión después de Navidad, cuando encontremos casa allí. Nuestros hijos están contentísimos y no paran de decir a sus amigos que nos vamos de misión a otro país porque allí hay mucha gente que no conoce a Jesús. Ya hemos hablado con los profesores de aquí, porque nos iremos a mitad de curso, si Dios quiere. Yo ya no trabajo en la Universidad y ahora estamos todos a la espera, contentos y un poco nerviosos, todo hay que decirlo, pero con mucha paz.
La mayoría de la gente que ha hablado con nosotros sobre nuestra misión nos dice que somos unos valientes, pero yo siempre digo que no es cierto, que el valiente es el Señor, que se fía de nosotros, porque no somos mejores que nadie, no más buenos que nadie, ni más humildes que nadie; no. Somos gente que hemos experimentado que de verdad el Señor actúa en nuestras vidas y nos cuida; a veces no nos cuida como nosotros pensamos que sería conveniente, como les ocurre a los hijos con los padres, pero sin duda nos cuida. «Señor, termina en nosotros la obra que has comenzado» es la oración que más me nace estos días. Que así sea.